2.
toni lashden
Traducción: Ángela Espinosa Ruiz
Quiero escribir en mi lenguaje almidonado y crujiente: «Nos mudamos de la noche a la mañana». Pero, ¿qué quiere decir esto?
¿Entiendes lo que quiero decir cuando digo que nos mudamos de la noche a la mañana? También se podría decir: nos mudamos con dos maletas. Fuimos forzados a irnos.
La gente dice: no podíamos quedarnos más tiempo. Y luego hablan de algo completamente diferente: cuánto cuesta la comida, cómo obtener un visado y a qué jardín de infancia llevar a los niños. Su habla comienza a hacer ruido para cubrir una herida desgarrada y húmeda. Pero su rastro se sigue extendiendo; la mandíbula se contrae involuntariamente del icor amargo.
Yo digo: a ver cuándo se da la posibilidad de volver.
Se trata de un idioma belaruso secreto particular.
Voy a traducirte lo que quiere decir.
Significa: ya no tenemos adónde volver.
*
Nos mudamos de la noche a la mañana.
Bueno, yo, en realidad, no me mudé. Me fui de vacaciones.
Todos los meses antes de las vacaciones los pasé con miedo a los arrestos, y este miedo me perseguía a todas partes.
Tenía miedo, y seguía estando en Minsk. Me iba a tomarme un café, me reunía con el puñado de amigos que me quedaban en el país (todos recibieron multas y un día de arresto por participar en las protestas, y constantemente me preguntaba por qué no tenían miedo, mientras que yo sí tenía miedo; por qué no tenían miedo, pero yo sí que lo tenía). Leía libros y visitaba museos vacíos, salía de los confines de la ciudad y escuchaba el silencio palpitante:
(Al llegar al bosque, me acostaba en un ventisquero, me enterraba entre la nieve y fingía estar muerta. Solo entonces la dolorosa ansiedad retrocedía, como un depredador que había perdido el interés. En esta tumba helada, podía respirar profundamente. Era el único lugar donde me sentía segura.
Estuviera donde estuviera, y pasara el tiempo con quien lo pasara, tenía miedo de que me detuvieran. Hablaba de este miedo en mis sesiones terapia, escribía sobre él en mi diario. Llevaba mi miedo como piedras en los bolsillos de mi vestido, lista para ahogarme en paranoia de un segundo a otro.
Me decía: si me quisieran detener, ya me tendrían detenido. Si estuvieran monitorizando lo que hago, yo ya lo sabría. Detenían a gente por haber escrito comentarios en Internet, por usar ropa roja y blanca, por mirar mal a un policía y causarle con ello una angustia mental insoportable. Arrestaban a gente por todo y por nada. Y a mí no me arrestaban.
Me preguntaba por qué no me arrestaban. ¿Es porque soy trans y el nombre de mi pasaporte y mi nombre social no coinciden? ¿Es porque mi mamá es médica? ¿Es porque no estoy haciendo lo suficiente? ¿Es porque se me da bien mantenerme a salvo? ¿Es porque no represento ninguna amenaza?
¿Cuánta energía consume la ansiedad? Se beben toda la vida que hay en ti, te dejan seca y con las entrañas agrietadas y sangrantes.
Me fui de vacaciones porque A. y yo vimos un documental sobre la psiquiatría punitiva. En esta película salía el dispensario psiquiátrico donde yo misma fui a parar cuando me volví loca por primera vez. Me quedé viendo estos edificios tan familiares y escuchando las historias de las personas, de cómo les daban pastillas que les impedían moverse y hablar, cómo la realidad los eludía y cómo gradualmente, día tras día, resistirse se les hacía imposible.
Cuando A. se durmió, salí al pasillo y me acosté junto a la puerta principal. Pensé que si las fuerzas de seguridad entraban en nuestro apartamento, no me verían en un primer momento y me pisarían el estómago. Tal vez, con un poco de suerte, eso me dejaría un hematoma o daño en algunos órganos internos, y entonces primero tendrían que llevarme a un médico para que me examinara, y no me enviarán de inmediato a un dispensario psiquiátrico con un gotero.
Esos eran los pensamientos que ocupaban mi mente.
*
El 24 de febrero, me acosté en mi habitación de hotel y escuché su disparatado discurso.
(al hacer la reserva estaba escrito: vistas maravillosas de la montaña. En la oscuridad, la montaña se disolvía al fondo y desde allí parecía que una noche espesa e interminable se derramaba por todos lados, inundando el valle)
Traté de averiguar qué significaban sus palabras. ¿Qué quiere decir? Le escribí a mis amigos que había que comprar los billetes entonces mismo, porque por la mañana sería ya imposible irse a ningún lado (y por la mañana ya era imposible irse a ningún lado, el sitio web de la única aerolínea se cayó y los billetes se vendieron por completo para todos los vuelos durante los siguientes dos meses, nadie quería quedarse en Belarús, absolutamente nadie). Escribí a mi correo electrónico del trabajo que teníamos que comenzar a evacuar a las personas de Ucrania, y en primer lugar del Sur y el Oeste.
Quiero escribir un texto franco y duro para que sepas, para que sepas por fin lo que fue para mí entender que ya no podré volver, que ya no podré volver, que ya no podré volver, que ya no podré volver.
No sé dónde encontrar las palabras para explicarte, para acercarme a describir la demora de mi horror cuando escribí: «Necesito irme con urgencia», y ni yo misma podía creerme que aquello fuera realmente necesario. Estas palabras no existen. Mi dolor insoportable y silencioso yace en una capa de texto homogéneo.
Mi dolor se convirtió en estas dos frases: nos mudamos de la noche a la mañana (y desde entonces) ya no puedo volver.
A las cinco de la mañana llamé a A.
«Despierta, ha empezado la guerra»[1].
*
Te digo: «Nos mudamos de la noche a la mañana», y empiezo a reírme, pero no me hace ninguna gracia.
A. nunca había volado en avión y nunca había estado en el extranjero. Le compré un billete para un país donde yo mima no había estado nunca y él comenzó a hacer las maletas. A. no tenía ningún bolso ni maleta que le viniera medio bien. Tuvo que ir a casa de mi abuela y tomarle prestada una pequeña maleta de mano.
Seguía ayudando a evacuar a la gente mientras yo misma iba en taxi, y este trabajo insoportable me daba mareos y náuseas. Recuerdo esos primeros días como una náusea asfixiante subiéndome hasta la garganta misma. Abre la boca y comenzarás a vomitar una negrura inmunda.
A. me enviaba fotos de las cosas que planeaba llevarse. No dormí en toda la noche y, por lo tanto, al salir de entre la polución de mi trabajo, estuve mirando casualmente estas imágenes, sin comprender completamente su significado, sin permitirme darme cuenta completamente de lo que estaba sucediendo.
En una de las fotos lo vi metiendo una taza en su maleta. Una taza amarilla, estúpida, normal y corriente.
Marqué su número y escuché un confuso «Hola». Mi cuerpo pareció saltar ante el sonido de su voz y su sonrisa.
Inesperadamente para mí, de repente comencé a pelearme con A. Empecé a gritarle terrible y furiosamente, como gritan las personas que no tienen nada más que hacer.
Le grité y le pregunté adónde pretendía llevarse la taza esa, de verdad que no hay otras cosas más importantes que te vale la pena llevarte contigo cuando intentas escapar de la guerra (en realidad le grité: PARA QUÉ COJONES QUIERES LA PUTA TAZA ESTÁS GILIPOLLAS O QUÉ NO HAY OTRAS COSAS QUE QUIERAS LLEVARTE – y el taxista se volvió para mirarme, pero no me importó. Tenía ganas de llorar, pero las lágrimas no me salían, y por eso toda mi desesperación se convirtió en aquel grito). A. me estaba escuchando, pero no me respondió nada, simplemente colgó y dejó de enviarme fotos.
Todos los días en nuestra nueva casa veo a A. beber de esa taza. No es ni la mejor taza, ni la más bonita que le regaló su madre. La miro y siento envidia, rencor, arrepentimiento, tristeza, soledad, añoranza, abandono, desesperación, nostalgia, ira, siento envidia, rencor, arrepentimiento, tristeza, soledad, añoranza, abandono, desesperación, nostalgia, ira. Estoy llena hasta el borde. Camino con cuidado para no derramarme sobre los demás.
Él tiene su taza.
Y yo no tengo nada.
[1] Pero la guerra ya había empezado en 2014, ¿no?